De las ánforas egipcias a las barricas de roble español

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La creación de una barrica es todo un arte. De manera extendida sigue realizándose de manera artesanal, como en Tonelería Murúa. En 1898, Justo Murúa fundó una de las primeras industrias toneleras de Europa. Fue la culminación de un sueño que comenzó a forjarse trabajando con el maestro tonelero francés Jean Pineau. Justo Murúa fue un visionario en la forma de entender este negocio, ir siempre por delante, por lo que incorporó maquinaria moderna que facilitaba alguno de los procesos artesanales.

Visionarios fueron también los egipcios, celtas, romanos… Todos ellos buscaron el mejor recipiente para almacenar y transportar vino. Porque la conservación y el transporte del vino ha evolucionado a lo largo de la historia. El pensamiento general tiende a relacionar vino y Roma, pero su elaboración y almacenaje se sitúa mucho más atrás, en época de los egipcios, más de 3.000 años a.C. Aunque en el Antiguo Egipto la bebida predominante era la cerveza y el vino se reservaba al faraón, sacerdotes, nobles y clases altas.

Numerosos estudios recogen que el proceso de la vendimia se llevaba a cabo de manera parecida a la actual, con pisado de uvas y fermentación, aunque en ánforas. Precisamente, las ánforas eran los recipientes que utilizaban para la conservación del vino. En esos siglos, se ha constatado una evolución de las ánforas, desde recipientes sellados con juntas de cañas y barro y recubiertos en su interior de brea, con lo que se conseguía que el vino se conservara durante años, a botellas de cerámica de 60 centímetros, con asas. Una investigación llevada a cabo por un equipo de la Universidad de Barcelona ha logrado, por ejemplo,­­ identificar restos de vino tinto en ánforas faraónicas, en concreto encontradas en la tumba de Tutankhamon.

Los egipcios comercializaban también el vino, que era transportado en esas ánforas. En su exterior, y a modo de etiqueta vinícola que se escribía a mano o se grababa por los alfareros directamente sobre el barro húmedo o sobre cerámica, se incluían una serie de datos: año de la cosecha, nombre del propietario de los viñedos, la región geográfica donde se había producido el vino y la calidad del mismo, entre otros.

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El problema del transporte del vino en ánforas reside en la fragilidad de las mismas. El vino se importaba en gran medida en Mesopotamia desde Siria y Armenia. Más tarde fueron los mercaderes fenicios los que empezaron a comercializarlo en toda la cuenca del Mediterráneo, llegando a sustituir las ánforas por pellejos.

Apogeo del comercio y de las barricas

Los griegos y los romanos, al igual que la civilización egipcia, empleaban jarras y ánforas de arcilla y barro cocido -con dos asas y un largo cuello estrecho-. Estas eran poco resistentes a los golpes y se rompían con facilidad. Con el auge del Imperio Romano se produjo, asimismo, una mayor producción y consumo de vino y, por consiguiente, un apogeo de su comercio. Por lo que era necesario minimizar las pérdidas.

Los romanos descubrieron, al conquistar la Galia, que los celtas utilizaban barricas para almacenar líquidos, mayormente cerveza. Al principio, los celtas simplemente ahuecaban el interior de trozos de troncos y los tapaban. No obstante, su técnica fue evolucionando. El pueblo celta había aprendido a trabajar la madera y calentar las tablas para darles forma, un método similar al que empleaban para fabricar sus barcos. Lo aprendido en la fabricación de barcos lo aplicaron para la creación de unas barricas muy similares a las actuales, logrando con la unión entre las duelas y su perfecto ensamblaje, así como con los aros exteriores -de mimbre o madera, precursores de los actuales metálicos-, una perfecta estanqueidad.

Así, poco a poco, las barricas fueron reemplazando a las jarras y ánforas. La curvatura de las duelas fue decisiva, ya que una sola persona podía desplazarlas haciéndolas rodar. Hasta hace relativamente poco tiempo todo el comercio del vino se hacía en barricas.

En principio, para su elaboración, se utilizaban maderas de pino, haya, cerezo, fresno, acacia, castaño, abeto y roble. Precisamente fue este último en usarse de manera más recurrente, por su resistencia y abundancia. Se estandarizó, además, el volumen de las barricas. De este modo, surgieron las botas jerezanas y las pipas de Oporto (500-550 litros, para la elaboración de vinos de Jerez, Madeira y Oporto), las barricas bordelesas (225 litros, tamaño usado en Burdeos) o las de 300 litros (empleadas en los vinos de Borgoña). El tamaño estandarizado es 220 litros.

 

Las barricas, recipientes de crianza de vinos

Con el paso de los años, las barricas dejaron de ser meros recipientes de transporte para convertirse en parte importante de la crianza de los vinos. Ciertos vinos mostraban un perfil mejorado al pasar un periodo en ellas; incluso también empezaron a constatarse diferencias en los vinos en función del número de usos de la barrica, el tipo de madera utilizado en su elaboración o el grado de tostado en su interior.

Sin lugar a dudas, la especie y el origen de la madera son factores que influyen en la composición de los vinos. Hoy en día, principalmente, se utilizan maderas de roble francés y americano -más fáciles de doblar e impermeable-, que confieren diferentes cualidades al vino. Sin embargo, en los últimos años se ha ido incrementando el uso de maderas de otros orígenes, como el roble español (Quercus Pyrenaica).

En Tonelería Murúa buscamos proporcionar a los enólogos y a las bodegas otros materiales para albergar en barricas sus vinos y, por ello, estudiamos alternativas al roble americano y francés. Diferentes investigaciones han concluido que el roble español tiene la misma calidad que el francés o el americano, aunque es un material más exclusivo y costoso.

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